Si hay un debate que siempre ha estado presente en la sociedad española es aquel referido a la educación que durante años y años se ha desarrollado desde las más diversas posturas con la misma conclusión: la falta de entendimiento. Tal es la cantidad de postulaciones y argumentos que se han venido esgrimiendo desde bastante tiempo atrás que resulta imposible encontrar una solución que sea, cuanto menos, aceptable para la mayoría de la población.
La inspiración para este post vino ayer de la mano del cercanías que me conducía a la universidad donde viajaba pensando en mis años de estudio que parecen estar llegando a su fin, al menos se acerca la conclusión de una etapa de los mismos. Todo surgió cuando internamente me dije una frase: “La verdad que la universidad ha estado muy bien, pero ciertamente he aprendido más en los seis meses de prácticas que he realizado (en una entidad pública pese a mis posturas liberales) que en los seis años que llevo de estudio.” A lo que añadí “Y no hablemos del funcionamiento de la bolsa y mercados financieros, que he aprendido más en una conferencia de cuatro horas que en todo este tiempo”.
Rápidamente descarté la posibilidad de que el problema fuera mío cuando advertí que esa misma frase la había escuchado salir de la boca de gran parte de mis compañeros. Ahí fue cuando comencé a pensar desde un plano general y me pregunté el porqué, buscaba la motivación para que tantos años de estudio se vieran eclipsados por tan solo unos meses de trabajo. Para dar respuesta a esta cuestión lo primero que hice fue hacer un repaso a mi experiencia personal en el ámbito educativo que hasta ahora ha transcurrido en tres instituciones diferentes: un colegio concertado, un instituto público y una universidad pública. En todas ellas han imperado dos notas comunes: la preponderancia de la teoría sobre la práctica y el exceso de ejercicios de memoria en detrimento de otros de análisis, crítica o creatividad.
Analizando esto entiendo por qué siempre he opinado que estudiar es aburrido, impresión que según me han hecho saber numerosos conocidos se puede hacer extensible a la mayoría de la gente. Así comprendo por qué odio estudiar temas de economía a pesar de que me encanta leer las secciones económicas de distintos periódicos o diarios dedicados plenamente a esta materia. Y es por esto mismo que me identifico con quienes disfrutan leyendo un libro por ocio pero odian estudiar. Queda claro por tanto que esta forma de educación no es ni motivadora ni eficaz, análisis en el que ciertamente coinciden la mayoría de los ciudadanos de este país, sirviendo de excepción que confirma la regla no escrita del pleno desacuerdo social en materia educativa.
Las cuestiones que uno se plantea conociendo que los problemas de la educación derivan de su carácter teórico, monótono y aburrido son: ¿por qué no se soluciona? Y lo más grave ¿Por qué los debates educativos no se centran en esto y lo hacen en temas menos relevantes como las materias concretas que impartir y el carácter público o privado de la educación? La respuesta como casi todas las dudas sociales que se puede uno plantear es simple: porque hay intereses ocultos, o dicho de otra forma, porque a alguien le conviene. Para descubrir dichos intereses decidí analizar los distintos agentes que interactúan en la educación: estudiantes, profesores, Estado y empresas.
De lo anterior se deduce que la educación se ha convertido en un arma política que queda, además, como un instrumento para las empresas con el que tratan de identificar a los potenciales empleados que señalizan sus cualidades (resistencia al trabajo monótono y aburrido, materias preferidas por esa persona, etc.) Personalmente opino que esta afirmación encuentra solo excepciones en aquellas escasas personas que quieren dedicarse a la investigación o emprender (caso no muy facilitado por el Estado con la gran cantidad de trabas burocráticas e impositivas existentes). Si bien es cierto que podrían incluirse aquellos que acuden a la misma erróneamente por el mero placer de aprender desconociendo que, como la experiencia nos ha indicado a muchos, se aprende más y más rápido con las experiencias prácticas de las que este sistema educativo nos priva.
Esta conclusión que define la educación como un arma política cuya verdadera utilidad acaba siendo la señalización de futuros empleados resulta bastante controvertida. Por lo que, a modo ilustrativo, quiero exponer la siguiente situación: imaginen un país donde existe un gran número de personas con alta formación teórica que han invertido gran parte de sus recursos temporales y económicos en estudiar una carrera universitaria. Y que estos son desechados por las empresas al no tener experiencia práctica u otros requisitos como formaciones complementarias (¡¡¿Complementarios a cinco años de carrera?!!) o títulos de postgrado. ¿Qué sucede? Muy simple existe mucha gente con elevados conocimientos que tan solo son teóricos y cuya finalidad es la señalización o diferenciación del resto, de forma que al haber tantos licenciados universitarios la demanda de trabajo por estos aumenta devaluando el valor de los títulos universitarios que ya no sirven como señalización y carecen de valor para las empresas contratantes. Ahora piensen que junto a esto acontece una fuerte depresión de la oferta laboral que agrava aún más la situación y habrán llegado a entender la situación de miles de licenciados en España.
¿Cuál es el problema entonces? En mi opinión el problema reside en la obsesión del Estado de maquillar el uso político que hace de la educación que lo ha llevado a promover un exceso de educación teórica que ha pasado de ser un derecho del individuo a ser una obligación del mismo para un buen futuro profesional. Además en este afán por popularizar la educación y “defender” los exaltados derechos educativos (que ni mucho menos los intereses educativos de los individuos) ha llevado a cabo medidas, tales como establecer un mínimo de aprobados, que han deteriorado la calidad de la enseñanza y facilitado la devaluación de los títulos educativos que resultan menos apropiados para la señalización de los individuos en el mercado. Por otro lado, se ha hecho una promoción excesiva de la enseñanza universitaria en detrimento de la formación profesional de grado superior que sería más apropiada en un gran número de casos. Esta fuga de potenciales estudiantes de formación profesional a las enseñanzas universitarias propicia a su vez que los estudiantes universitarios que pretendan diferenciarse tengan que hacerlo por medio de un máster o doctorado. Siendo víctimas del sistema educativo que les obliga a estudiar más allá de lo óptimo y, cómo no, a prorrogarse como cliente de la educación “pública” que no solo es financiada por toda la población sino que se paga por medio de elevadas tasas.